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sábado, 5 de diciembre de 2009

Simone Weil, Cuadernos de Nueva York

Dios establece con sus amigos un lenguaje convencional. Cada acontecimiento de la vida es una palabra de ese lenguaje. Todas esas palabras son sinónimas, pero, como sucede en las lenguas dotas de belleza, cada una con su matiz completamente específico, cada una intraducible. El sentido común a todas esas palabras es: te amo.
Él bebe un vaso de agua. El agua es el "te amo" de Dios. Permanece dos días en el desierto sin encontrar nada para beber. La sequedad de la garganta es el "te amo" de Dios. Dios es como una mujer inoportuna pegada a su amante y diciéndole en voz baja al oído, durante horas, sin parar: "te amo - te amo - te amo - te amo".
Los que son principiantes en el aprendizaje de este lenguaje creen que sólo algunas de esas palabras quieren decir "te amo".
Los que conocen el lenguaje saben que no se encuentra en él más que un único significado.
Dios no tiene palabras para decir a su criatura: te odio.
Pero la criatura tiene palabras para decir a Dios: te odio.
En cierto sentido, la criatura es más poderosa que Dios. Puede odiar a Dios y Dios, por su parte, no puede odiarla.
Esta impotencia hace de Dios una Persona impersonal. Ama, no como yo amo, sino como la esmeralda es verde. Él es "yo amo".


(Weil, Simone, El conocimiento sobrenatural, Madrid, Trotta, 2003, p. 68)

sábado, 11 de abril de 2009

tres poemas sobre el amor, de George Herbert (1593-1633)





I

Amor Inmortal, autor de esta gran figura,
nacido de una belleza que nunca se apagará;
¡cómo pudo el hombre parcelar tu glorioso nombre,
y arrojarlo a ese Polvo que tú mismo has hecho,

mientras el Amor Mortal gana todo el honor!
ellos se mueven con maestría, luego al unirse
llevan todo el poder, poseyendo mente y corazón,
(tu artesanía) y no te dejan parte en ninguno.

la Razón gusta de la Belleza, y ésta la hace crecer;
el mundo es suyo, ellas dos juegan en él,
y tú te quedas a un lado; y aunque tu nombre
trabajó en nuestra liberación de la fosa infernal,

¿quién canta tu alabanza? sólo una bufanda o un guante
abrigan nuestras manos, y las hacen escribir del amor.




II

Calor Inmortal, no permitas que tu más grande llama
se acerque tanto a nosotros; esos fuegos
consumirían al mundo, primero has de domarlos,
y prender en nuestros corazones deseos ciertos

que consuman el desenfreno y realicen tu camino.
entonces te jadearán nuestros corazones; entonces
nuestra mente pondrá toda su invención a tu altar,
y allí con himnos enviaremos tu fuego de vuelta:

te verán nuestros ojos, los que ayer vieron polvo,
polvo soplado por la razón hasta enceguecerlos;
recuperarás todos tus bienes naturales,
arrebatados por la traidora voluptuosidad:

por ti las rodillas caerán y las cabezas se alzarán,
en alabanza a aquel que hizo y reparó nuestros ojos.




III

el Amor me hizo pasar, pero mi alma se apartó,
llena de polvo y pecado.
mas el Amor atento, observando mi vaguedad
desde la primera ocasión,
se me acercó más y más, preguntando con dulzura
si algo me faltaba.

"un huésped" respondí, "que merezca estar aquí."
dijo él, "tú lo serás."
"¿yo, el malvado, el ingrato? ah, querido,
yo no puedo ni mirarte."
el amor tomó mi mano y sonriendo contestó,
"¿quién hizo tus ojos sino yo?"

"cierto, Señor, pero yo los he estropeado;
deja que mi vergüenza vaya donde le corresponde."
"¿y acaso no sabes" dijo el amor, "quién quiere cargar tu culpa?"
"¡querido! entonces te serviré."
"sólo debes sentarte" dijo el amor, "y probar mi carne."
y me senté a comer.


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los originales están en http://www.luminarium.org/sevenlit/herbert/herbbib.htm .

El tercero de estos poemas lo recitaba Simone Weil cuando le dolía mucho la cabeza.
una vez, mientras lo recitaba, Jesús entro en ella por primera vez.

lunes, 6 de abril de 2009

clavo



Cuando se golpea un clavo con un martillo el impacto recibido por la cabeza del clavo pasa íntegramente al otro extremo, sin que nada se pierda, aunque aquél no sea nada más que un punto. Si el martillo y la cabeza del clavo fuesen infinitamente grandes, ocurriría de la misma forma. La punta del clavo transmitiría ese choque infinito al punto sobre el que está aplicado.

La extrema desdicha, que es a la vez dolor físico, angustia del alma y degradación social, es ese clavo. La punta está aplicada al centro mismo del alma. La cabeza del clavo es la necesidad repartida por la totalidad del tiempo y el espacio.

La desdicha es una maravilla de la técnica divina. Es un dispositivo sencillo e ingenioso que hace entrar en el alma de una criatura finita esa inmensidad de fuerza ciega, brutal y fría. La distancia infinita que separa a Dios de la criatura se concentra íntegramente en un punto para clavarse en el centro de un alma.


SW, el amor a Dios y la desdicha, 1942

jueves, 2 de abril de 2009

HEINRICH

un idiota de pueblo, en el sentido literal de la palabra, que ama realmente la verdad, aun cuando tan solo emitiera balbuceos, es en cuanto al pensamiento infinitamente superior a Aristóteles. Está infinitamente más próximo a Platón de lo que Aristóteles lo haya estado nunca. Es un genio, mientras que a Aristóteles sólo le conviene la palabra talento. si un hada le propusiera cambiar su suerte por un destino análogo al de Aristóteles, lo sabio, por su parte, sería rechazarlo sin dudar. pero de todo esto no sabe nada. nadie se lo ha dicho. hay que decírselo. hay que alentar a los idiotas, a la gente sin talento, a la gente de talento mediocre o apenas superior a la media y que son genios. no hay que temer que se vuelvan orgullosos. el amor a la verdad está siempre acompañado de humildad. el genio real no es más que la virtud sobrenatural de la humildad en el dominio del pensamiento.

Simone Weil, La persona y Lo sagrado

al lado de la carretera, en un nivel más bajo, había un prado. desde allí vi a Heinrich matando a James Dean. mucho tiempo después llegó la policía. Heinrich era un idiota de pueblo. tenía dos pistolas, las dos de agua. la policía se lo quería llevar, yo no quería que se lo llevaran. al final lo dejaron.

Heinrich era moreno, alto y con la cara deforme. llevaba ropa oscura y abrigada. se movía con torpeza. Heinrich me perseguía para matarme. llegaba a todos los lugares donde yo estaba. me llamó por teléfono; en el celular salía un número extraño, y una foto de un prado con niños jugando. me dijo que revisara mi mail. yo no lo hice. la policía me dio una identidad falsa y me llevó a vivir a Ecuador. pero Heinrich llegó también allá. inspiraba miedo, pero también amor. yo sabía que no me buscaba porque yo supiera que él era culpable de la muerte de James Dean; me buscaba porque estaba hechizado, porque otra persona quería matarme engañado. esa otra persona era un niño índigo que hacía un taller de teatro, llamado "teatro y magia". ese niño, sin embargo, no tenía odio contra mí. yo tampoco hacia él; pero tampoco sentía simpatía. sentía respeto, o algo así. estaba bien lo que me estaba haciendo, no por tener que pagar una culpa, sino porque estaba bien, simplemente. tal vez yo tenía que dejar de huir y hablar con Heinrich, invitarlo a bailar. pero no llegué a pensar eso. Heinrich me buscaba con una pistola de no agua entre las mesas de un restorán. yo estaba bajo una de ellas. la mesa era transparente, y no tenía mantel. Heinrich sabía lo que tenía que hacer.

viernes, 20 de febrero de 2009

qué hora es

Simone Weil escribió que no hay más que un defecto: carecer de la facultad de alimentarse de luz. Kafka dijo que todos los pecados podrían reducirse a uno: la impaciencia.

por supuesto que los defectos y los pecados no comparten un terreno semiológico tan común: pero en ambos amigos podemos ver el ideal chino de la perseverancia, de no desesperar; alimentarse de luz es abrirse a la gracia, aprender a vaciarse, y la paciencia refiere a un estado similar de sincronización con una totalidad, de no adelantar el segundero del reloj existencial. este estado imaginario, tiene otro enemigo que no tiene que ver con una desesperación ni con una carencia de receptividad: el único de los pecados capitales que Kafka no consideró en su reducción.

La gula, la lujuria y la ira dejan libre al deseo, que es un monstruo muy simpático, y dejan que éste se alimente de impulsos vertiginosos que nos hacen tender a establecer ciertas relaciones con la materia. la avaricia también contiene en sí este vértigo, una actividad incesante hacia adentro, en pos de preservar una materialidad abstracta. la soberbia y la envidia, los pecados más abstractos, requieren una subjetividad ya bien formada y puesta en contra de otras subjetividades, estableciendo con ellas relaciones de poder. todos estos pecados requieren una actividad; esta actividad puede elegir no ser realizada, contenerse, mantener la paciencia, el silencio, la fotosíntesis.

pero la pereza no es impaciencia; no quiere adelantar las manecillas, ni siquiera atrasarlas, sino detener el gran reloj. kafka y weil eran seres muy poco perezosos: vivieron en un siglo donde los otros pecados dejaban estragos en el mundo, y en el que todos habían olvidado la pereza. el tedio y la angustia pueden estar presentes en la pereza; pero no conducen a ella.
sin embargo, este tal vez sea un tiempo de pereza. el exceso de trabajo y velocidad hace que el mercado busque saciar las ansias de pereza de la gente; existe un contrapunto casi perfecto, que provoca que en el trabajo se desee la pereza al más mínimo espacio de vacío entre dos tareas, y que en el momento en que se tiene derecho a la pereza caigamos en una tristeza total. la pereza es el dominio de la imagen sobre la acción; la televisión y la masturbación llenan de imágenes a la mente de tal manera que la acción se hace, más que innecesaria, lejana; perteneciente a otro mundo. así mismo sucede con el sopor, el estado alfa antes del sueño, en el que las imágenes llegan en tal densidad a la conciencia que impiden la actividad; llegando incluso a anular la capacidad de la conciencia de darle sentido a estas imágenes, por lo que la pereza se autoboicotea rápidamente como fuente de experiencia. pero existe una puerta, un umbral, desde el cual se puede vivenciar la pereza y al mismo tiempo conservar una mínima conciencia que permita su aprehensión, y hacer de la pereza, por unos instantes pequeñísimos y luminosos, una obra de arte.