sábado, 5 de diciembre de 2009

Simone Weil, Cuadernos de Nueva York

Dios establece con sus amigos un lenguaje convencional. Cada acontecimiento de la vida es una palabra de ese lenguaje. Todas esas palabras son sinónimas, pero, como sucede en las lenguas dotas de belleza, cada una con su matiz completamente específico, cada una intraducible. El sentido común a todas esas palabras es: te amo.
Él bebe un vaso de agua. El agua es el "te amo" de Dios. Permanece dos días en el desierto sin encontrar nada para beber. La sequedad de la garganta es el "te amo" de Dios. Dios es como una mujer inoportuna pegada a su amante y diciéndole en voz baja al oído, durante horas, sin parar: "te amo - te amo - te amo - te amo".
Los que son principiantes en el aprendizaje de este lenguaje creen que sólo algunas de esas palabras quieren decir "te amo".
Los que conocen el lenguaje saben que no se encuentra en él más que un único significado.
Dios no tiene palabras para decir a su criatura: te odio.
Pero la criatura tiene palabras para decir a Dios: te odio.
En cierto sentido, la criatura es más poderosa que Dios. Puede odiar a Dios y Dios, por su parte, no puede odiarla.
Esta impotencia hace de Dios una Persona impersonal. Ama, no como yo amo, sino como la esmeralda es verde. Él es "yo amo".


(Weil, Simone, El conocimiento sobrenatural, Madrid, Trotta, 2003, p. 68)

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