lunes, 29 de abril de 2013

Simone Weil - La puerta


ábrenos ya la puerta y veremos los vergeles,
beberemos sus aguas frías donde la luna dejó su huella.
la larga ruta quema enemiga de los extraños.
erramos sin saber y sin hallar ningún lugar.

queremos ver las flores. aquí la sed nos envuelve.
en espera y sufrimiento, henos aquí ante la puerta.
si llega a ser preciso la botaremos a golpes.
presionamos y empujamos, pero es muy fuerte la barrera.

habrá que languidecer, esperar y mirar en vano.
observamos la puerta; cerrada, inquebrantable.
en ella fijamos los ojos, lloramos bajo el tormento;
la veremos para siempre, el peso del tiempo nos aplasta.

la puerta está ante nosotros; de qué nos sirve querer?
más vale irse y abandonar la esperanza.
no entraremos jamás. estamos cansados de verla.
la puerta al abrirse dejó pasar tanto silencio

que ni vergeles aparecieron ni alguna flor;
sólo el espacio inmenso donde están el vacío y la luz
se presentó de repente por todas partes, colmando el corazón
y lavando los ojos casi ciegos por el polvo.

miércoles, 21 de abril de 2010

viernes, 2 de abril de 2010

un asunto muy principal

1. (Hannah Arendt, La Condición Humana, Cap. V, "Acción", sección 25, fragmento)

El héroe que la historia revela no necesita cualidades heroicas; la palabra “héroe” originalmente, esto es, en Homero, no era más que un nombre dado a cada hombre libre que participó en la empresa troyana y sobre el cual podía contarse una historia. La connotación de coraje, que ahora sentimos como una cualidad indispensable del héroe, está de hecho ya presente en la sola disposición para actuar y hablar, para insertar el propio ser en el mundo y comenzar una historia de uno mismo. Y este coraje no está necesariamente, y ni siquiera principalmente, relacionado a una disposición para sufrir las consecuencias; el coraje e incluso la osadía ya están presentes al abandonar el escondido lugar privado de cada uno y mostrar quién uno es, revelando y exponiendo el propio ser. El alcance de este coraje original, sin el cual la acción y el discurso y por lo tanto, de acuerdo con los griegos, la libertad, no serían en absoluto posibles, no es menos grande y puede incluso ser mayor si el “héroe” resulta ser un cobarde.

2. (Giorgio Agamben, Profanaciones, "El autor como gesto", fragmento)

¿Pero qué significa, para una vida, ponerse -o ser puesta- en juego?
Nastasia Filippovna -en El idiota, de Dostoievski- entra en el salón de su casa, la noche que decidirá sobre su vida. Ha prometido a Atanasi Ivanovich Totski, el hombre que la ha deshonrado y mantenido hasta entonces, que dará una respuesta a su ofrecimiento de casarse con el joven Gania a cambio de 75.000 rublos. En el salón están presentes todos sus amigos y conocidos, también el general Iepanchin, también el inefable Lebedev, también el venenoso Ferdischenko. También el príncipe Myshkin, también Rogozhin, que en un determinado momento hace su ingreso a la cabeza de una gavilla impresentable, llevando en una mano un paquete de cien mil rublos destinados a Nastasia. Desde el comienzo, la velada tiene algo de enfermizo, de febril. Por otro lado, la dueña de casa no hace más que repetirlo: tengo fiebre, estoy mal.
Aceptando jugar el desagradable juego de sociedad propuesto
por Ferdischenko, en el cual cada uno debe confesar la propia abyección, Nastasia pone de pronto toda la velada bajo el signo del juego. Y es por juego o por capricho que hará que el príncipe Myshkin decida su respuesta a Totski, cuando Myshkin es para ella casi un desconocido. Pero luego todo apremia, todo se precipita. Imprevistamente ella acepta casarse con el príncipe, para desdecirse de inmediato y elegir al ebrio Rogozhin. Y llegado un cierto punto, como alterada, agarra el paquete con cien mil rublos y lo arroja al fuego, prometiendo el ávido Gania que e! dinero será suyo si lo arranca de las llamas con sus propias manos.
¿Qué guía las acciones de Nastasia Filippovna? Es cierto que sus gestos, en la medida en que son excesivos, son incomparablemente superiores a los cálculos y a los comportamientos decorosos de todos los presentes (con la sola excepción de Myshkin). Y no obstante, es imposible vislumbrar en ellos algo así como una decisión racional o un principio moral. Mucho menos se puede decir que actúe para vengarse (de Totski, por ejemplo). Desde el principio hasta el final, Nastasia parece presa del delirio, como sus amigos no se cansan de señalar ("pero qué estás diciendo, tienes un ataque", "no la comprendo, ha perdido la cabeza').
Nastasia Filippovna ha puesto en juego su vida; o acaso ha dejado que fuera puesta en juego por Myshkin, por Rogozhin, por Lebedev y, en el fondo, por su propio capricho. Por eso su comportamiento es inexplicable; por eso ella permanece perfectamente oscura e incomprendida en todos sus actos. Una vida ética no es simplemente la que se somete a la ley moral, sino aquella que acepta ponerse en juego en sus gestos de manera irrevocable y sin reservas. Incluso a riesgo
de que, de este modo, su felicidad y su desventura sean decididas de una vez y para siempre.

domingo, 21 de marzo de 2010

Rainer Maria Rilke - Soneto XIII (Sonetos a Orfeo)

Manzana llena, pera y plátano,
grosella... Todo esto habla en la boca
de la vida y la muerte... Yo presiento...
Leedlo en el rostro de un niño

al saborearlas. Esto viene de lejos.
¿No se torna lentamente inefable en vuestra boca?
Donde habían antes palabras, fluyen ahora hallazgos
liberados de la pulpa con sorpresa.

Atreveos a decir lo que llamáis manzana.
Esta dulzura, emergiendo ligera en el sabor,
sólo se condensa para hacerse

clara, despierta y transparente,
ambigua, solar, terrena, aquende:
Oh experiencia, contacto, dicha... ¡gigantesca!

(traducción de Otto Dörr Zegers)

sábado, 13 de marzo de 2010

niños tristes

Había tomado la 510, que no me servía porque dobla antes. Me bajo para tomar otra. Voy al paradero de la 506 porque pasan más, tranquilamente, escuchando Zerbina en la versión de Suárez. Es la hora de almuerzo. En el paradero hay 3 niños, como de entre 15 y 18 años; uno de ellos, grueso y con pelo corto y mojado, me saluda con la mano. Yo lo saludo también. Me hace una señal de que vaya. Le muestro mi palma izquierda como señal de que no. La misma situación se repite dos veces más. Él se acerca a mí y me da la mano. Me saco los audífonos. Me pregunta de dónde soy, con casi amabilidad, le digo que de San Miguel. y qué hací en Peñalolén, me dice. Vengo a ver a mi polola. Aah, me responde, ya, y no tení una luca o un pito que me dís? sácalo altiro que tengo una pistola en la mochila. No tengo, le digo. No te creo, me dice, déjame ver tu billetera. No tengo billetera. Le pregunto por qué hace eso, para qué ser tan malo, con un tono como de monja de colegio, ni retándolo ni compadeciéndome ni asustándome, sino en un punto neutro al medio de todo. Me dice que qué tiene, que si quiere saca la pistola y me mata ahí mismo, o me pega, y después yo si quiero llamo a los pacos, que a él no le importa. Pienso que tiene habilidad, que es un tipo de ladrón que usa muy bien sus habilidades sociales, hace que todo parezca una conversación muy relajada. Los amigos de él no hacen nada, ni siquiera vigilan, conversan entre ellos con pocas palabras, son pequeños de cuerpo y tienen acento campestre. Me pide el celular. Le digo que no y me pregunta por qué no. Porque mira tu actitud, le digo, es muy violenta, cómo alguien va a confiar en ti. Saliste vío, weón, ya pírate rápido no más y no corrái porque o si no te saco la chucha. Pienso que es difícil pegarle a alguien corriendo, pero igual no corro, le digo chao y me voy al paradero de la 507, donde hay señoras y familias.
Pasan tres 506. En la última se suben ellos. Yo tomo una 507 y unos paraderos después la Amelia me llama. De repente se sube el ladrón sociable y me saluda con una gran sonrisa: weeeeena weóon, me da la mano y por inercia después chocamos los puños, como grandes amigos. Yo estoy sentado mirando hacia atrás y veo que se sientan. Hay dos colegiales, como de sexto básico, uno escucha música y el otro juega en su celular. El ladrón los engatuza. Les dice oye, ése celular es como el mío, está lindo, déjame verlo. En realidad no sé si dice eso exactamente, pero se nota que trata de ser muy simpático. Los niños tienen un miedo notorio, paralizado. Están sentados justo al frente mío y no puedo dejar de mirarlos con una pena incomprensible, como si todo estuviera confabulado para que yo hiciera un acto semiheroico y no pudiera, estaba igual de inmovilizado que los niños pero por otros motivos. El ladrón nunca se muestra violento. Conmigo sí puso una cara más o menos violenta, y me acuerdo de lo que le dije, pienso que tal vez estaba aplicando un estilo más cuidadoso y me siento mal. Casi me paro para ir a decirle al chofer, pero veo que el ladrón me mira. Los niños también me miran. Sus miradas son tan opuestas que me inmovilizan más, como si me tuvieran atrapado en una pinza de dos metales. Llegamos a acueducto y me bajo muy rápido. Miro a la micro y se baja el ladrón con uno de sus amigos campestres. Lleva algo en una bolsa blanca, se van corriendo hacia abajo. Veo al colegial que escuchaba música con cara de alivio, también abajo de la micro. Me subo al auto de Amelia y veo que el otro niño pasa caminando, cabizbajo, por la vereda. Levanta la cabeza para mirarme, y recuerdo el saludo de compadre que nos dimos con el ladrón en la micro, y me siento el cómplice más miserable de la tierra.

sábado, 13 de febrero de 2010

Wislawa Szymborska - estoy demasiado cerca

estoy demasiado cerca suyo como para que sueñe conmigo.
no vuelo sobre él, no me escapo de él
bajo las raíces de un árbol. estoy muy cerca.
no es con mi voz que canta el pez en la red,
no es de mi dedo de donde rueda el anillo.
estoy demasiado cerca. una gran casa se incendia
sin que yo grite socorro. demasiado cerca
para que toque la campana que cuelga de mi pelo.
demasiado cerca para que entre como un huésped
ante el cual las paredes se abren por sí mismas.
ya nunca más moriré tan simplemente,
tan lejos de mi cuerpo, tan inadvertida
como una vez en su sueño. demasiado cerca.
siento el silbido, veo la escama brillante de esta palabra
mientras yazco inmóvil en su abrazo. él duerme,
ahora más accesible para ella, a quien vio sólo una vez,
una cajera de un circo ambulante con un solo león,
que para mí, que estoy a su lado.
para ella crece ahora en él un valle,
con hojas secas, cerrado por una montaña nevada
en el oscuro aire azul. estoy demasiado cerca
para caerle encima desde el cielo. mi grito
sólo podría despertarlo. pobre de mí,
limitada a mi propia forma,
yo que he sido abedul, he sido lagarto,
que podía salir de los capullos
con los colores de mi piel titilando. tenía yo
el don de desaparecer ante los ojos asombrados,
la riqueza de las riquezas. estoy cerca,
demasiado cerca como para que sueñe conmigo.
saco mi brazo debajo de su cabeza que sueña
y está dormido, lleno de agujas imaginarias,
y en la punta de cada una de ellas se sientan,
esperando ser contados, los ángeles caídos.

domingo, 7 de febrero de 2010

el pájaro azul (C. Bukowski)

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy muy duro para él,
le digo, quédate ahí, no voy
a dejar que nadie
te vea.

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero le echo whisky encima y aspiro
humo de cigarrillo
y las putas y los camareros
y los vendedores
nunca saben que
él está
aquí dentro.

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy muy duro para él,
le digo,
agáchate, acaso quieres armarme
un desorden?
quieres arruinar
mis obras?
quieres boicotear mis ventas de libros
en Europa?

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy muy astuto, sólo dejo que salga
a veces en la noche
cuando todos duermen.
le digo, sé que estás ahí,
así que no estés triste.

después lo devuelvo,
pero él canta un poquito
ahí dentro, no lo he dejado morir
completamente
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es lo suficientemente lindo
como para hacer llorar
a un hombre, pero yo
no lloro, y
tú?