viernes, 20 de febrero de 2009

qué hora es

Simone Weil escribió que no hay más que un defecto: carecer de la facultad de alimentarse de luz. Kafka dijo que todos los pecados podrían reducirse a uno: la impaciencia.

por supuesto que los defectos y los pecados no comparten un terreno semiológico tan común: pero en ambos amigos podemos ver el ideal chino de la perseverancia, de no desesperar; alimentarse de luz es abrirse a la gracia, aprender a vaciarse, y la paciencia refiere a un estado similar de sincronización con una totalidad, de no adelantar el segundero del reloj existencial. este estado imaginario, tiene otro enemigo que no tiene que ver con una desesperación ni con una carencia de receptividad: el único de los pecados capitales que Kafka no consideró en su reducción.

La gula, la lujuria y la ira dejan libre al deseo, que es un monstruo muy simpático, y dejan que éste se alimente de impulsos vertiginosos que nos hacen tender a establecer ciertas relaciones con la materia. la avaricia también contiene en sí este vértigo, una actividad incesante hacia adentro, en pos de preservar una materialidad abstracta. la soberbia y la envidia, los pecados más abstractos, requieren una subjetividad ya bien formada y puesta en contra de otras subjetividades, estableciendo con ellas relaciones de poder. todos estos pecados requieren una actividad; esta actividad puede elegir no ser realizada, contenerse, mantener la paciencia, el silencio, la fotosíntesis.

pero la pereza no es impaciencia; no quiere adelantar las manecillas, ni siquiera atrasarlas, sino detener el gran reloj. kafka y weil eran seres muy poco perezosos: vivieron en un siglo donde los otros pecados dejaban estragos en el mundo, y en el que todos habían olvidado la pereza. el tedio y la angustia pueden estar presentes en la pereza; pero no conducen a ella.
sin embargo, este tal vez sea un tiempo de pereza. el exceso de trabajo y velocidad hace que el mercado busque saciar las ansias de pereza de la gente; existe un contrapunto casi perfecto, que provoca que en el trabajo se desee la pereza al más mínimo espacio de vacío entre dos tareas, y que en el momento en que se tiene derecho a la pereza caigamos en una tristeza total. la pereza es el dominio de la imagen sobre la acción; la televisión y la masturbación llenan de imágenes a la mente de tal manera que la acción se hace, más que innecesaria, lejana; perteneciente a otro mundo. así mismo sucede con el sopor, el estado alfa antes del sueño, en el que las imágenes llegan en tal densidad a la conciencia que impiden la actividad; llegando incluso a anular la capacidad de la conciencia de darle sentido a estas imágenes, por lo que la pereza se autoboicotea rápidamente como fuente de experiencia. pero existe una puerta, un umbral, desde el cual se puede vivenciar la pereza y al mismo tiempo conservar una mínima conciencia que permita su aprehensión, y hacer de la pereza, por unos instantes pequeñísimos y luminosos, una obra de arte.

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