miércoles, 3 de febrero de 2010

farewell aftermath

Vuelvo con dos bolsos, uno mío y uno suyo. Me regaló el primer libro de Sylvia Plath y una antología grande de Bukowski, me prestó un libro de su papá (21 son los dolores, de Violeta Parra) y uno de su mamá (una antología universal de poetas mujeres), y me traje una antología de Verlaine que se quedó en su casa para la fiesta de despedida y que al parecer no pertenece a nadie, a pesar de ser tan bonita, y tener adentro un pasaje a San Carlos y una postal de un cuadro de Van Gogh con el nombre "starry night". Todo esto va en el bolso suyo, artesanal y muy lindo, regalado por un hombre que no conozco y cuyo nombre es parecido a "Goethe". No puedo leer. En la casa hay cansancio y un poco de juventud con la que no comparto mucho. Escribo un mail de desgano y tristeza y poder expresarlo me pone un poco feliz, pero dura muy poco, como una dosis mala de droga pateada. También tengo un potecito de mantequilla, un sirope de mesa y una sal, que ella me dio de parte de Air Canada. No puedo comer. Llega un punto en que el acto de comer se aleja tanto del comer de una araña o una oveja y se pone tan insensato, que llega a causar cierto rechazo, ciertas ganas de morir de hambre sólo por morir de hambre, porque es una forma más bella de morir que otras. La única muerte más bella es la de los viejos esquimales, que se van flotando en un hielo haciendo chao con la manito. Es la imagen más cercana al ascenso al cielo, un abuelo alejándose rodeado completamente de blanco, sentado y pacífico. La ida es horizontal, no vertical, pero en esas latitudes donde el Sol no es muy amigo del cielo sino más bien del horizonte tal vez haya que considerar el espacio de otra manera. Si hubieran otras circunstancias, escribiría una carta de amor para un concurso, lo cual ya es bastante horrible, pero ni siquiera hay para eso. Necesito un paipe, o una canción, o un poquito de licor. También me dio un poquito de vino en una botella bebé, que también le dieron en el vuelo. Es muy poco pero lo serviré en una copa. No puedo escribir. No hay ningún destinatario, porque a ella no quiero decirle cosas tan estúpidas. Escribo para abandonar, para sacar la mancha, con una ética expectorante y primitiva. las sustancias están pegadas a los accidentes. La sustancia es el fuego, lo adherido, el accidente es la montaña, permanecer quieto, y ya no es hora para llamar a los brujos.

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