miércoles, 6 de enero de 2010

Lhasa de Sela

5 días después me enteré que murió Lhasa de Sela, un exceso comparado con los 20 minutos con los que me enteré de la muerte de Sandro, lo que me dio pena de verdad. De Sandro me dan pena las señoras que lloran, porque las señoras son lo único real que sale en la tele y su sufrimiento vale más que todos los trabajos periodísticos de recopilación. Pero de Lhasa me da pena algo extraño, que no niega la alegría, como si su muerte hubiera cubierto todas sus canciones con una aureola que multiplica su belleza. Su rostro era extrahumano, como el de Joanna Newsom, descendientes de duendes monjes o de extraterrestres, que no ejercen atracción sino una luminosidad que los hace invisibles, imposibles, como si el rostro fuera el destello de algo que está en otra parte; los lamentos armónicos de las esferas celestes.

Hoy vuelvo a la frontera
otra vez he de atravesar
es el viento que me manda
que me empuja a la frontera
y que borra el camino
que detrás desaparece.

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